martes, 22 de abril de 2008

Para miserias parte de una historia

No es mi oficio el de ser agradecido por otros, ni siquiera permanecer en el plantel de grandes hazañas, pues los que empezamos a respirar de lo más tedioso del aire no somos de grato recuerdo. No se va a llorar nuestra ausencia más que por sí misma, a nadie compete juzgar nuestros actos porque apenas nadie es sabedor de ellos, y los que son conocedores, se convierten irremediablemente en uno de nosotros, ya no hace falta saber mucho más.

Le cuesta mucho respirar, y a cada bocanada de aire que consigue robar le siguen dolorosos pinchazos en el corazón y en el costado. Está sentado en el suelo, apoyado en un container de esos olvidados por el servicio de recogida de basuras, pero poco le importa ni el olor ni lo incómodo, está más pendiente de asegurarse sólo en el lugar y de vez en cuando hace por incorporarse y escrutar a un lado y al otro de la calle.

Le cuesta poco sangrar, y hace por no preocuparse demasiado, ahora ya poco puede hacer para poner remedio a eso. Dos minutos de tranquilidad le parecen el paraíso, sonriendo incapaz de imaginar otro lugar en el que estar después de todo lo que ha pasado, incrédulo por poder seguir pensando, simplemente por seguir, a pesar de no poder hacerse una idea de cuánto más va a poder seguir. Estalla a llorar desconsoladamente, como otras veces a llorado, como nunca va a llorar.

Un ruido lo separa de sí mismo y se vuelve a incorporar, esta vez para dar fe de la llegada de alguien que no es bienvenido, de gente desesperada por acabar lo que han empezado. Su alma da un giro de 360 grados, su cuerpo retoma inconsciencia de su estado y se pone en pie, sin ayudarse de nada ni con nada, pues ahora no existen factores físicos que lo impidan, ahora se dispone a continuar, y apretando los dientes amaga un paso, pero antes de que su pie se encuentre con el suelo cae desplomado. Estaba demasiado ocupado, demasiado sumido en la situación para darse cuenta de que yo ya estaba allí.

No hay comentarios: