domingo, 20 de marzo de 2011

Déjame que te diga

"Te has hecho daño, déjame ver". Y le cogió la mano mirándola a los ojos, buscando un rincón en sus ojos en el que sentarse junto a ella. Mientras le sostenía su mano con su mano derecha, pasaba la izquierda por encima, acariciándola, invitándola a extender sus contraídos dedos y a que se relajase un poco. La mueca de dolor que lucía se fué transformando en una expresión a medio camino entre la extrañeza y la diversión; se perdió en aquella mirada que notaba dentro de sí, aquella mirada cálida que se había colado en su universo personal.
Él encontró rápidamente el gesto exacto para aliviar la pequeña contusión de aquella mano cada vez más relajada y que poco a poco, conforme desaparecía el tullimiento, iba buscando el tacto ajeno y se acomodaba encajando con la mano que la sujetaba. Una sutil sonrisa se asomó en su rostro cuando comprobó que al dar por terminado el tratamiento, ella no quiso soltarle; aún así la liberó y ella respondió acurrucándose junto a él y abrazándole por debajo de la cintura.
A partir de ahí, él dió por concluida su intervención, ya que el diálogo que rodeaba a aquella escena no iba con él, actante secundario, y ella quería aprovechar algo tan simple y gratificante como un simple buen y pequeño momento dentro de la línia de la vida para jugar a un juego que estaba desvirtuando una caricia demasiado valiosa como para acabar siendo una coartada argumentatiba.
Desentendiéndose de todo aquello, se despidió y se fué calle abajo, pensando para sí que tarde o temprano alguien dará verdaderamente por buena su caricia y le enseñará aquello que aquella mujer que no supo disfrutarla jamás le hubiese podido enseñar.