jueves, 10 de julio de 2008

pregnancia, el embarazo sajón

Tras más de 35 años al servicio de la empresa y siendo el responsable de numerosos avances, logros y demás meritos, se disponía a dar el discurso que, al acabar el mismo, lo desvincularía totalmente de la misma.
Había estado trabajando en ese discurso durante tres semanas, repasando todas y cada una de las palabras. Lo llevaba escrito en pequeñas tarjetas numeradas y escritas a doble espacio y lo había recitado una y otra vez delante del espejo, de su señora y de sus más allegados, investigando las reacciones y perfeccionando la pronunciación, la gesticulación y hasta la más mínima pausa.
LLegado el momento, el maestro de ceremonias, tras un breve pero eufórico discurso introductorio, le invitó a subir a la palestra para dedicar unas palabras (las palabras) a la concurrencia expectante.
Se levantó de su silla con parsimonia, con un andar distinguido llegó hasta el púlpito y se posicionó. Del bolsillo derecho de su americana sacó las tarjetas, luego metió la mano en el bolsillo interior para sacar sus gafas, las que había lucido durante más de 35 años. Cogió las tarjetas con ambas manos y dió varios golpecitos en la madera, luego las depositó, se ajustó las gafas y el nudo de la corbata y las volvió a coger. En ese momento, dirigió la mirada hacia aquella gente enmudecida, con medias sonrisas, y muy atenta, exhaló suavemente, cogió un poco de aire y dijo:
- ¡Me cago en su puta madre!
Quizás me precipité en el aplauso...

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