miércoles, 7 de mayo de 2008

Historia colectiva

3:00 A.M., suena el teléfono… Un resoplido de resignación, enciende la luz y descuelga. Es ella…habla entrecortada, medio llorando y le pide verle. Quedan en una hora, en su casa. Él cuelga y se sienta al borde de la cama. Vuelve a resoplar y busca en el cajón de la mesita un papel doblado; lo desdobla y lo lee, otra vez, lo vuelve a doblar cuidadosamente y lo mete en la cartera de bolsillo que está encima de la mesita. Mira hacia la mujer que está desnuda durmiendo al otro lado de la cama y que duerme tan profundamente que no se ha enterado de la llamada. Apaga la luz y se levanta de la cama; una ducha rápida y poner cuatro cosas dentro de su mochila es lo que tarda en partir hacia el punto de encuentro.

4:10 A.M, Aparca delante de un bloque de pisos de las afueras; la zona no es muy acogedora, pero al fin y al cabo él se crió y creció en ese barrio y no le desagrada en absoluto, lástima del motivo que le ha hecho volver. Desde el coche alza la mirada y comprueba que hay luz en la ventana del cuarto piso. Niega con la cabeza todos los pensamientos que le pasan por la cabeza, coge su mochila y sale del coche en dirección a la porteria; no le hace falta tocar el timbre, la puerta principal está abierta. Mira el ascensor y las escaleras, hace un gesto de desaprobación y escoge las escaleras. Al llegar al cuarto piso ella le está esperando en la puerta. Él se dirige directamente hacia a ella, que retrocede sin dejar de mirarle hasta estar dentro de la casa, él cierra la puerta y ella se lanza a abrazarle y a llorar desesperadamente.

4:17 A.M. Ella se sienta en el sofá sin dejar de mirarle a los ojos, mientras él coge una silla y se sienta justo en frente de ella. Él todavía no ha abierto la boca, tiene un gesto bastante serio, pero para nada severo. Ella tampoco habla, el silencio que reina en la casa habla por los dos, sus miradas dicen mucho más que cualquier palabra que pudiese salir de sus bocas. El tiempo parece haberse detenido. De repente, el rostro de él parece relajarse y adquiere un tono de benevolencia. Se levanta, deja la silla en su sitio y se sienta al lado de ella en el sofá. Ella murmura: “Yo…” y él la interrumpe diciendo: “Ahora no…” Él se acomoda en el sofá y ella se acurruca a su lado, cerrando los ojos que no paran de llorar. Él la acaricia suavemente notando como los temblores y los sollozos van cesando poco a poco, hasta que se relaja del todo y se queda dormida. Él alarga el brazo y apaga la luz del interruptor que hay al lado del sofá. A oscuras, en una casa que no le es extraña, sigue acariciándola, sin cerrar los ojos y sin cesar de procesar los miles de pensamientos que circulan a alta velocidad por su cabeza.

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