martes, 2 de septiembre de 2008

madalena es un nombre de tango

Tenía hambre. Durante toda la noche estuve soñando, de esos sueños de los que uno no se acuerda pero de los que retiene las sensaciones, (como las series que te gustan cuando eres pequeño) y yo, me levanté con hambre.
Me levanto, me ahorro describir el siguiente paso, que ya se sabe de sobras cual es y ¡Hop!...Cruel destino, abandonado por la hada fortuna pero recompensado con el premio de consolación descubro con legañas en los ojos que, gracias a la universal frase: "luego voy", no había hecho la compra y en la despensa, ahora ese desierto, resquicio de abundancia (?) antaño, supuesta cueva de Ali Ba Bá, esperanza de todo tragaldabas, no hay nada más que una madalena superviviente de un comando de doce, fuera de la bolsa desde a saber cuando, en estado de a saber cómo. Pero bueno, es una madalena, la madalena, y yo seguía teniendo hambre. Todas mis esperanzas se volcaron en la realización de un café con leche, en su punto justo de café, en la temperatura ideal de la leche, y en el azúcar comedido, exacto y dulce, en ese café rico y en la madalena.
Todavía es pronto, las lágrimas vienen a mí, pero quizás no fue del todo mal compartir con la madalena aquél café que tenía muy buena pinta, pero que ella se bebío sola, de un trago, sin preguntar y casi sin inmutarse. Y es que la madalena, es mucha madalena.

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