jueves, 4 de septiembre de 2008

entre unos y otros

- Vale, de acuerdo, pero no hagas más tonterias.
- Tarde.
- Como quieras. Haz lo que tengas que hacer y vuelve pronto. Saldremos a las 04:30, contigo o sin tí. Te lo digo en serio, en cuanto nos vayamos, estarás solo.
- Si no vuelvo, poco me importará estar solo.
- A las 04:30.
- A las 04:30.
- Suerte.
- Mal asunto si la necesito.

Colgó el teléfono y salió de la cabina. Se encendió un cigarro y tras un par de caladas lo estrelló contra el suelo. No hay nada como el sabor del tabaco para recordar por qué se deja de fumar. Sus pasos eran firmes, calle abajo, luego aflojó la marcha en tanto se acercaba a la terraza del bar.
Pasó por el camino que dibujaban las mesas y que conducía al interior del mismo. Tuvo un cruce de miradas que le aceleró el pulso, famoso por su calma, aún pudo ponerse algo nervioso. Parece mentira lo que se puede llegar a decir en décimas de segundo y con sólo una mirada. Se enfrentó a unos ojos abiertos entornando los suyos, y ahí se dijeron todo. Siguió caminando hasta entrar en el bar...el resto fue bastante rápido. Tres fogonazos precedieron tres estruendos secos y unos ojos dialogantes que aún pensaban en mil cosas se volvieron a abrir como platos justo antes de romper a llorar como nunca.
Los vecinos de la zona habrían jurado no haber oído nada. La policía se hubiese hecho cruces, porque ni los que estaban en la terraza, ni el personal del bar, habrían visto ni oído nada. Hubiera sido así en caso de que alguién lo hubiese llamado, pero un poco de serrín y un general "zapatero a tus zapatos" pusieron las cosas en su lugar, aunque no fuese el mejor sitio. Definitivamente, alguien no iba a estar a las 04:30 en ningún sitio salvo inerte en un rincón de obligado olvido.

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