jueves, 12 de junio de 2008

Níspero, que tengo prisa

Nos cruzamos en el rellano del bloque en el que crecí, del que me fuí y al que he vuelto. Protocolo correcto de saludos y preguntas de interés y respuesta elípticas. Un cordial y diplomático ofrecimiento a aliviar la carga que acarreaba dió paso a una conversación más personal y concreta. Los ojos se le llenaban de lágrimas al recordar, muchos sentimientos amalgamados en la memoria, quizás traicionada parcialmente por el tiempo y predominantes momentos felices como protagonistas, pero con un claro resultado final; cariño.
Cariño puro y duro, así se resumían tres décadas y algo más de un lustro de un día a día con sus nubes y sus soles, sus lluvias y sus brisas, sus excesos y sus ausencias. Y un sentimiento que a falta de nombre, veía la luz navegando por lágrimas que se negaban a abandonar unos ojos que en ese momento miraban en el tiempo.
Bonita reflexión para unos tiempos, la mayoría de los cuales, los viví mirando hacia arriba. Ahora que hace unas cuantas primaveras que miro de frente, y con la conciencia de los colores que he encontrado, y a falta de completar de lejos la paleta de mi vida, se me antoja un pensamiento encadenado a una sonrisa muy personal; algún día, alguien le mentará a uno de los míos tiempos que recordar, y quizás haya en esa conversación lágrimas tímidas que se asoman en los ojos de la memoria, fruto del mismo sentimiento que me refresca cosas que siempre merecerán la pena por ser tan naturales como eso, ser.

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